El origen de las velas
El origen de las velas viene de antiguo. Para encontrar los precedentes de las velas hemos de remontarnos varios milenios atrás. Sabemos que los pueblos de la antigüedad empleaban para alumbrarse palos de madera resinosa. También se sabe que, desde la Edad de Piedra, se utilizaron como medio de iluminación lámparas alimentadas con diversas grasas.
La época clásica
Los griegos, que tenían el privilegio de contar con olivos, usaron lámparas de aceite. Pero en Grecia, no se conoció el uso de la cera y el sebo (con la incorporación de una mecha) para alumbrarse, y tampoco crearon la palabra que designara este tipo de iluminación. Por eso, la invención de las velas se atribuye fundamentalmente a los etruscos, ya que en los textos de los escritores de la época se encuentras las voces cereus, cereus funalis y cebaceus, utilizadas para designar las velas o cirios de cera, que llevaban mechas de fibras vegetales como el papiro, el junco o la estopa.
También es etrusca la tumba en la que aparece un candelabro de tres brazos terminados en picos de pájaro que se clavan en tres velas y cuyo color blanco indica que son de cera.
Los romanos, para alumbrar los santuarios en las ceremonias del culto, emplearon, en vez de velas, cordones de cáñamo impregnados de pez o de cera, y, más adelante, tiras de junco sumergidas previamente en pez y recubiertas después de cera.
Las primeras velas, semejantes a las actuales, parece que fueron utilizadas en los tiempos de las persecuciones de los cristianos, y, tal vez, se deba a este hecho el extenso uso de las velas en las ceremonias religiosas. Por pinturas halladas en las catacumbas primitivas, vemos que los primeros cristianos solían poner cirios en los altares, al lado de las imágenes de los santos o sobre las tumbas de los mártires.

Pinturas del ábside sur, del arco triunfal y de parte del muro donde se abre el ábside. Procede de la iglesia de Sant Quirze de Pedret.
La época medieval
Pero en el siglo XIV, ni siquiera en las cortes de los reyes, las velas se usaban con prodigalidad. Fue un poco más adelante cuando la Iglesia católica extendió enormemente su uso, y consta que, en la época de Lutero, en la Iglesia del castillo de Wittemberg, se gastaron 35.750 libras de cera en un año. Después, en el siglo XVIII, en la corte de los reyes no se escatimaba en velas. ¡En Dresde, en una sola fiesta de la corte ardieron 14.000 velas!

«Joven a la ventana con una vela» Gerrit Dou. 1658-1665 Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid
Tiempos modernos
A partir del siglo XV, se había generalizado el uso de las velas de sebo (las velas de cera o cirios estaban reservadas para la Iglesia, los palacios y las casas señoriales). Fue en el siglo XIX cuando llegó el gran desarrollo de las velas. Fábricas de velas se instalaron en Normandía, París, Inglaterra, Berlín y Francia.
En ese mismo momento, en el que todo auguraba el máximo auge de las velas, apareció el gas y la electricidad como nuevos tipos de alumbrado. El perfeccionamiento del quinqué de petróleo relegó a las velas a un papel secundario.
El uso de las velas, nunca en declive en las ceremonias religiosas y, concretamente, en determinadas funciones litúrgicas, está en estos tiempos experimentando un auge creciente.
Ningún tipo de iluminación puede competir con la vacilante y cautivadora luz de las velas, capaz por sí sola de crear una atmósfera elegante y evocadora. Pero además, hoy en día, las velas ofrecen una gran diversidad, no sólo de formas y colores, sino también de perfumes y, de evidentemente, de posibilidades decorativas.
¡Larga vida a las velas! 🙂